O a dos.
Vestido negro entallado, anillos de colores y tacones de algodón.
Confiesa que debajo, no lleva nada.
Por última vez se mira en el espejo antes de salir. (Demasiado maquillaje quizás)
A paso ligero camina, a ratos descalza, a ratos de puntillas. Pero camina.
Séptima con broadway, entra risueña y lo ve.
Ahí está.
Ojos de cuarzo y mirada distraída,
sonrisa absurda y rizos lisos cuelgan de su piel curtida.
Se miran.
Se ven.
Ella acalorada se coloca el flequillo (y por si acaso el sujetador).
Se sienta donde la esperan sus amigos.
Gin Tonic para beber, poco que comer y risas compartidas.
Él sigue ahí. Intentando seducirla desde la distancia.
Tres la mañana.
El tercer Gin Tonic se nota, ¡vaya si se nota!.
Ahora todo es aún más bonito, menos real
y más estúpido.
Ella va al baño y con un giro descarado de caderas
seduce al que cree que la ama.
Sale retocada, olvidando su dignidad en el lavabo
y ni corta ni perezosa se dirige a él:
«¿Te invito a una copa?»
«Ya te he invitado yo». Dice él y con gesto decidido le entrega un Gin Tonic
Parecido a los que se había estado tomando con sus amigos.
Pero este es distinto, es más caro.
Perfume de miel y expertas canas se entremezclan
y como si no pasara el tiempo dan las seis.
Hora de irse.
Las luces de la ciudad brillan opacas a esa hora
y el sabor del aire es menos agrio.
La barra del bar se cambia por una cama de sábanas de seda
y la ropa ya molesta.
El pálpito de sus corazones cabalga veloz,
la ginebra corre ahora por sus venas
y el aliento palpitante desnuda cada centímetro
de su descuidada inocencia.
Llegó.
Llegaron.
Hora de irse.
Pero esta vez a casa.
Se despiden con un suave beso desecho de deseos.
Y se abrazan sabiendo que él que no volverá a verla
y creyendo ella que esta noche cenarán juntos.
Ya en el coche a punto de poner la primera,
Él se mira en el espejo. (No ha estado mal, piensa)
De repente le tocan la ventanilla. La baja.
«Toma, has olvidado esto».
Y con gesto equivocado se coloca la alianza.
«Gracias». Dice él.
«De nada». Dice ella.
Y con el mismo movimiento de caderas se va,
bailando con el aire y jugando con su pelo.
El tipo de historias que no me gustaría presenciar. Me entristecen.
Pues siento decirte que están a la orden del día.
Lo sé, y eso las convierte en historias aún más tristes.
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