Siempre estás presente.
Amaneces en mis soles y te duermes a mi lado en cada luna.
Eres el eco permanente de mis días y desdibujas en papel mojado aquellas lágrimas que te vieron partir.
Siempre estás presente.
Como aquel duende que juega conmigo a hacer volteretas y risueña me encuentra en cada aurora. Junto a ti.
Siempre estás presente.
A veces haces demasiado ruido y otras veces me cuesta recordarte.
Eres nítido, vulnerable, bonito.
Eres mi historia, mis pasos ya maníos y desgatados.
Eres ron y a veces rum.
Eres poesía y eres la razón que me recuerda por qué ya no quiero estar contigo.
Siempre estás presente.
Hay días en los que impacientas mi tranquilidad y hay otros donde me asfixia la idea de solo poder cerrar los ojos para que me impregnes de ti. De lo que un día fue un nosotros y hoy es un mí sin ti.
Erre.
Hilos invisibles que desnudan mi cintura simulando en un vaivén el deseo de mi boca por la tuya.
Erre.
El imborrable olor de tu piel desnuda que amenizaba aquellas tardes de diciembre donde el café era cada vez más amargo.
Erre.
El letargo definido de lo que nos contábamos mientras dormíamos en aquel sitio secreto que solo tú y yo conocíamos. ¿Te acuerdas?
Erre.
El estallido de un latir que se fue tornando sin quererlo, a una impronta sublime de aceitunas sin sal. De aceitunas sin besos. De aceitunas huérfanas de ese vino blanco que tanto nos gustaba.
Siempre estás presente.
Lo quiera ya o no. Siempre estás ahí ¡puñetero! Sal de mi cabeza, de mi alma y de mi corazón. No disfraces más una realidad coherente por esa verdad que quisiste dibujarme en tinta permanente.
Erre.
Erre de RECUERDOS.
Recuerdos que tildan mi historia, la tuya y la nuestra.
Recuerdos que ahogan mis ganas de volver a estar contigo.
Recuerdos que se burlan de mis lágrimas y de esa pena que me escolta en cada paso, en cada cielo de esmeraldas y en cada volar de esas preciosas mariposas.
Recuerdos que malgastan el sentir de un verbo y envenenan la supremacía de mis sentidos.
Recuerdos que anulan mi fuerza de voluntad por olvidarte y se quedan a dormir cada noche en mis pestañas, abrazando la fría almohada que dejaste al otro lado de la cama.
Recuerdos que hacen de mí y de ti un nosotros eterno. Ese instante inquebrantable que los dos inventamos, que los dos soñamos y el que tiempo inexorable rompió en esta vida.
Quizás tenga que esperar a la siguiente para fabricar recuerdos lozanos, para volver a encontrarte y para esta vez no dejar que el silencio invada la armonía de mis pasos por volverte a ver. Por volver a amarte y por volver a decirte con los ojos estallados en lágrimas eso de: «No vuelvas a hacerme daño nunca más».
Soy yo.
Eres tú.
Y me voy con la agonía hecha trizas de no entender si alguna vez fui realmente yo y si alguna vez realmente fuiste tú.
Erre. Siempre estás presente.

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