Ya estuve aquí antes. Hace tiempo, incluso en otras vidas pasadas.

Ya sé qué es lo que me toca ahora. Ya sé como olvidarte y no guardarte en ningún lugar. Ya sé cómo no echarte de menos y como ser sin esfuerzo el aire que respiro.
Ya sé cómo hacer la compra sola y cómo no hacer tantas preguntas. Ya sé dormir en el lado de tu cama sin que duela y ya sé no sentir tus buenos días sobre mi pecho. Ya sé seguir mis pasos con la ausencia de los tuyos y ya sé dormirme sin que hagamos el amor. Ya sé sanar mis dilemas sin tu ayuda. Ya sé vivir sin tu amistad y sin ese equipo que me protegía de la indecorosa lluvia.
Ya sé qué es lo que me toca ahora. Ya sé cómo olvidarte pero no quiero. No quiero hacerlo ya que el recuerdo es lo único que hoy me queda de ti. Es la parte del nosotros que decidí quedarme, la herencia que firmé aquel día en el que mis ojos fueron tuyos por siempre. Tu recuerdo es mío, y eso no habrá dragón que se lo lleve.
Ya aprendí a vivir sin ti. No creas que fue fácil. No creas que no dolió saber que ya querías a otra persona de la misma forma que me querías a mí. Me hiciste creer que pasase lo que pasase sería insustituible y hoy resulta que ya no es tanto así. No creas que fue amable ver nuestros sueños de la mano de otros nombres y pensarte en otras sábanas que no eran las nuestras. Yo aún sigo durmiendo en ellas y tu olor no se va.
Ya aprendí a vivir sin ti. Pero no sin tu recuerdo. Me niego. Ese legado es mío y no habrá ni sol ni luna que pueda arrebatármelo. Caímos en la tentación del mal y no supimos cuidarnos la sonrisa ni sostenernos las ganas.
¿Y sabes? No me importa. Porque lo que tú no sabes, ni ellos tampoco, es que yo vivo hacia ti desde el amor y las habladurías, las malas interpretaciones o el café frío de aquella playa sin arena, podrán cantar saetas. Pero yo sigo en mi salsa, en mis almendras dulces que bailan en tu cintura cada noche mientras duermes. Incluso cuando ya no lo haces a mi lado.
No guardo el más mínimo rencor. Ni el máximo. Ni siquiera en las noches más frías donde desearía que estuvieses a mi lado aunque fuese por un segundo. Por ese instante que juramos sería eterno.
Ya aprendí a vivir sin ti. Ha sido duro. Durísimo. Y más duro es sentir el vacío de un siete que con el vestido más bonito del mundo, se ha quedado solo bailando en un salón sin ti. Pero sé que hoy siete, desde donde estés y con quien estés, harás una muesca al viento que traerá consigo el recuerdo que yo no quiero olvidar. El recuerdo de lo que un día fuimos para los dos. Yo para ti y tú para mí. Un nosotros pimpollo que en esta vida y en las siguientes, permanecerá unido entre alevillas y esmeraldas.
Siete vidas tiene un gato y como buena alma felina,
aún me quedan seis más para volver a intentarlo.
Para volver a encontrarte.

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