
Hay historias que te marcan de por vida y hay otras, que se olvidan.
Historias que desgranan cicatrices, que mimetizan miradas y que escuchan el suave sonido de un silencio que pide a gritos un abrazo. Historias de sonrisa, de lágrimas curtidas y de cicatrices que con permiso del tiempo, definen la sensatez de quién una vez amó por primera vez. Y por segunda.
Hay historias que delimitan nuestro futuro. Historias ancladas en el muelle de San Blas e historias que bailan a modo de compás una canción sin letra. Sin nombre. Sin dueño. Hay historias de verbos rotos que descuelgan costurones, historias de carretera sin mapa e historias que unen los puntos inconexos de tu espalda.
Hay historias de verdad.
Historias de mentira.
Historias al fin y al cabo.
Hay historias confidentes que se enredan en pasos firmes, en pasos torpes, en pasos sedientos de libertad. Historias que nunca terminan e historias que jamás llegaron a comenzar. Hay historias que susurran en eco todo lo que jamás nos atrevimos a decir. Y hay otras que sin esperarlo, sacuden la alfombra de nuestro salón dejando una casa vestida de cuadros de los que nunca sabremos el nombre de su autor.
Pero de entre todas las historias siempre hay una, una, que no se olvida. Historias de hoteles repletas de habitaciones donde las paredes son testigos de una infinidad de besos: besos rotos, besos robados, besos amantes y besos compartidos. Besos divididos, besos olvidados, besos anhelados y besos certeros.
La historia que se dibujó por siempre en el plano de nuestros cuerpos castigados, temerosos y sedientos.
La historia de aquel hotel que descansaba en Teguise. Con la magia propia de la Isla del fuego y donde por aquel entonces, Lanzarote representó el reinado más bonito del mundo.
La habitación 1012 del Hotel Barceló Teguise Beach definió por siempre la que sería la historia de sus vidas. Y es que en aquella habitación…
Nos besamos las miseras,
ahuyentamos nuestros miedos,
y se supieron ellos.
Un hotel mágico, vanguardista y a la altura de dos amantes que dejaban volar su imaginación sin límites. Allí no existía la prisa, la duda o el desasosiego. Solo la simplicidad de dos expertos cupidos temerosos que demostraban su desnudez, cuando la luna reinaba en lo alto de aquel cielo lleno de esmeraldas. Perdieron la cuenta de todos los besos que se regalaron en aquella piscina sinfín. Un mar en calma que abrazaba sin presteza el suave olor de la arena. Un servicio exquisito digno de las mejores estrellas del mundo. La amabilidad nos saludaba desde cada rincón y al fin nuestras almas se encontraron, se reconocieron y se quedaron a vivir por siempre en aquella preciosa historia de un hotel, que sin saberlo, cambió la vida de dos personas (y de muchas) para siempre.
Y así, sin más historia que un sentir honesto, y sin más historia que una sagacidad perpleja, construyeron un pasado impreciso, un futuro malabarista y un presente despreocupado. Donde la única razón por la que esa historia tenía que escribirse es porque ya, en otra vida, se escribió.
Y así son las historias…
Hay algunas que te marcan de por vida y hay otras, que se olvidan.
Reblogueó esto en Porta dos Soños.
Siempre se reciben con ilusión tus comentarios, tus reflexiones, tus historias… Floricienta. Y siempre aciertas, siempre hay una frase que le llega a uno de verdad. Quizás porque, al final, muchos somos bastante parecidos. Quizás, no sé. Por eso ahora, suscribo tu última frase: «Hay algunas que te marcan de por vida y hay otras, que se olvidan». Solo tengo una duda, sin son las historias las que te marcan o, sencillamente, son esos momentos tan intensos, tan diferentes… de cada historía los que permanecen
Alguien dijo alguna vez que las personas estamos hechas de historias…Cada cual, que escoja su favorita 😉
Un beso Irina, feliz fin de semana 😉