El otro día escuché esta reflexión y tuvo un gran impacto dentro de mí. Qué importante es saber «marcharse a tiempo».

A tiempo de que aún tengas tiempo.
A tiempo de que termines de romperte para siempre.
A tiempo de que te vacíes de ganas y te llenes de nada.
A tiempo de que el tiempo sea tu refugio.

¿Cuántas veces nos hemos quedado anclados en un presente incómodo? En un presente que nos hace tristes, que nos deja sin ganas y sin aliento pero aún así, seguimos ahí. Perennes y provistos de magia por si alguna varita nos roza el corazón y volvemos a brillar.

Dicen que la vida es solo una.
A mí me gusta pensar que vivimos vidas infinitas y que nuestras almas nunca mueren. Solo, aprenden.

Marcharse a tiempo es tan importante como saber decir que no. Poner límites, no dejar «para luego» tus sueños. Elegirte cada día como lo más importante de tu vida. Porque lo eres. Ya se sabe eso de «si tú no estás bien contigo mismo, no lo vas a estar hacia los demás». Y en esta vida no hay nada más gratificante que llenarte de amor, ser amor y dar amor a los demás. Curar al resto, te cura poco a poco la piel. Las cicatrices que más duelen, son las que no se ven.

¿Y cómo saber cuándo marcharse a tiempo o cuándo seguir intentándolo? No lo sé. Supongo que eso solo te lo da el propio tiempo. Esa certeza que a modo de tímido murmullo nos habla desde dentro. Y a veces callamos porque el camino fácil, es seguir «haciendo como si nada».

Marcharse a tiempo es una decisión que puede romperte en mil pedazos.
Pero te da la oportunidad de volverte a recomponer más fuerte, más sabia, más viva y más bonita.