Existe una línea muy delgada entre una verdad y una mentira. Pero lo que no saben es que existe un inmenso abanico de oportunidades cuando decimos la verdad. Para quien la dice y para quien la recibe.
La oportunidad de seguir caminando sin esa presión que asfixia.
La oportunidad de sentirnos merecedores de algo mejor.
La oportunidad, la maravillosa oportunidad, de librarnos de la culpa.
Y eso, con las mentiras, no se puede hacer.
La mentira piadosa la inventó alguien que amaba flojito. Alguien que creía que la verdad duele. Alguien cuya valentía se escondía tras el espejo y su reflejo le devolvía un saludo incómodo que no le pertenecía. Como esos zapatos que no son de tu talla y al final, te acaban haciendo heridas.
Lo que de verdad duele, es la mentira. La idea equivocada de no querer hacer daño a las personas importantes por miedo a lastimar su corazón. ¿Acaso no hay peor dolor que el engaño? ¿No hay peor sensación que la incertidumbre?
Sí, es sí.
No, es no.
La verdad nos hace libres. La verdad nos hace personas honestas aunque lo que tengamos que decir sea doloroso para quién lo recibe y para nosotros mismos. No se trata de ir por la vida realzando los defectos de los demás y poniendo en evidencia sus miedos. Se trata de querer con la verdad. De amar de verdad. De vivir de verdad. Y cuando sientas que ya no puedas seguir haciéndolo, di la verdad. Que nadie es culpable de sus emociones y sentimientos. La manera de sentir de cada persona es única. Y quizás el problema estuvo en querer engranar un círculo con un cuadrado.
Cuando no le dices la verdad a una persona, ocurren dos cosas. En ella, se instaura una mentira perenne sobre la cual se hará miles de preguntas. «¿Qué hice tan mal?», ¿Por qué me dice que me ama y no puede estar conmigo?», ¿Por qué me hace creer que todo lo que yo siento no es real?» Difícilmente podrá escribir un nuevo capítulo en su vida, sin a veces, echar la vista atrás y sentir dolor e inseguridad por esas páginas que le causaron tanto tormento. Tanta falta de entendimiento. Tanta falta de verdad. Y a ti, la persona que miente, se te creará una realidad paralela en tu mente y en tu vida que en algún momento estallará en tu cara. Y quizás sea demasiado tarde cuando quieras decir la verdad. Porque ya la mentira se hizo indeleble.
Decir mentiras es un acto de egoísmo inmenso. La verdad, como el amor, merecen prevalecer por encima de cualquier circunstancia y acontecimiento.
Las personas que mejor duermen son las que dicen la verdad.
Y las más felices, también.
Las verdades no duelen.
Lo que duele es que no te digan la verdad.
Qué pena la de los que viven instalados en la mentira con la excusa de no hacer daño, a sabiendas de due lo hacen igualmente.
Mentir es la forma más burda de eludir responsabilidades.