Siete y media de la mañana, metro La Esperanza. El frío Madrid ya va haciendo de las suyas y las mejillas de Paloma lucen más rojas de lo habitual. Llega tarde, como siempre. Con pasos torpes y unos tacones que se le antojan grandes, entra a trompicones en el vagón de siempre. Línea cuatro dirección Argüelles.
Deja caer su delgado cuerpo en un asiento libre junto a un hombre con cara de pocos amigos. «A estas horas tan tempranas ni yo tengo amigos»- pensó Paloma. Se acomoda como puede y respira. Respira otra vez, aunque deseó no haberlo hecho tan fuerte. El hombre con cara de pocos amigos, tampoco parecía tener costumbre de usar desodorante. Al menos no aquella mañana.
Arturo Soria. «Ya solo me quedan otras catorce paradas de metro»-pensó Paloma con la ironía dándole en la espalda.Sacó su agenda del bolso y se colocó elegantemente, un incómodo mechón de su pelirrojo cabello.
Paloma era de esas mujeres que no pasaban desapercibidas. No era la más guapa, ni la más fea. Era diferente. Llamativa, tremendamente torpe pero elegante sin que ella lo supiera. Muy delgada pero con unas suaves curvas que no dejaban indiferente a nadie. Ojos marrones y piel blanca porcelana, que resaltaba aún más su mirada. Melena a media espalda de un rojo que ya hubiese querido ella para su hermana. Una rubia de curvas imposibles. Paloma era distinta. Su suave piel avisaba a quien la rozaba, de la dulzura de su alma y a pesar de que a esas horas tan tempranas posiblemente alguna legaña se le habría resistido, Paloma lucía siempre preciosa. A su manera. Pero preciosa.
Abrió la agenda por el día que era: «Hoy olvídate de todo lo demás y solo limítate a respirar y disfrutar de las pequeñas cosas del día«- Rezaba de su puño y letra esa curiosa sugerencia. «Creo que no estoy en el mejor lugar del mundo para respirar, con este hombre al lado»- pensó. Pero para su agrado, Avenida de la Paz le trajo consigo buena suerte y aquel hombre abandonó su asiento, dejando un intenso rastro en su ausencia.
Paloma era muy organizada. Debía tenerlo todo bajo control y basaba sus días en esa agenda que, aunque su portada era más ridícula que los argumentos de Rajoy, ella se esmeraba enormemente en cumplir en plazos y en hora. Tenía una norma. Y es que al menos una vez la semana, tenía que dejar de lado todas sus obligaciones y preocupaciones y limitarse a respirar. Tarea nada agradable cuando encuentras un no amigo del desodorante. Pero ella se lo tomaba muy en serio y creía vital esa parada de reloj para respirar, meditar, coger fuerzas y poder seguir adelante con más determinación.
Sacó su smartphone del bolso, guardó su agenda y comenzó a ver las últimas noticias en su Facebook. «Más de lo mismo»- masculló. Fotos horribles de perros mutilados, publicaciones de huelgas absurdas que no harán que España salga de la crisis donde está bien cómoda y estados motivacionales típicos de un lunes por la mañana que ya de tanto verlos, están perdiendo su valor. Por no decir que se antojaban ridículos. Devolvió el móvil al bolsillo central de su bolso. Por ahora, era el sitio más idóneo. Y Paloma se limitó a respirar.
Respirar y respirar. Ahora el olor de la señora mayor que le acompañaba desde Prosperidad, le trasladaba a su dulce infancia. Cuando su abuela Margarita le preparaba esos sabrosos pasteles de mermelada de frambuesa y Paloma los devoraba sin más preocupación que el que se acabara. «Qué tiempos aquellos»- recordó con añoranza. Paloma, siguió respirando.
Y llegó Velázquez. Y llegó él.
Al entrar al vagón que ocupaba Paloma desde horas muy tempranas, se sentó en el único asiento libre que casi aplaudiendo, le invitaba a sentarse. Justo frente al de Paloma. Y es que no todos los días se tiene la suerte de acomodar traseros tan bonitos y perfectos. Alto, esbelto, guapo a rabiar y con un andar rompe cuellos, se dejó caer en el asiento libre frente al de Paloma. Tenía los ojos color miel y se adivinaba por su aspecto, que este chico debía vivir de su imponente físico. Al menos si se lo proponía no le faltaría trabajo. Vaqueros apretados, jersey negro de lana y unas cómodas zapatillas casual, hacían de su sencillez un atractivo aún más potente. Y este si que usaba desodorante.
Sus miradas se clavaron al instante y las mejillas de Paloma eran más rojas que esta mañana. El incómodo mechón volvió a posarse sobre su rostro pero esta vez lo agradeció. Camuflaría el rubor que este inesperado encuentro le ha hecho ponerse más roja que su pelo. «Respira Paloma, respira»- parecía escuchar la voz de su agenda. Pasearon por Serrano, Colón y Alonso Martínez en un juego de miradas incesantes. Pupilas dilatadas, mejillas cada vez más rojas y una tímida sonrisa por parte de él, delataron el deseo de conocerla. De acercarse a un hola y entablar una absurda conversación. Pero ¿cómo hacerlo en un vagón de metro?
Paloma suplicaba a cupido que por favor, su parada fuese también Argüelles y que no se bajase antes. Por más que ella quisiera no podía faltar al trabajo y menos al tercer día de empezar en este nuevo empleo y menos cómo están las cosas hoy en día. «No. No se bajará antes, lo sé. Y aprovecharé un descuido, un roce, una excusa para hablar con él»-pensó convencida. Ya solo quedaban cuatro paradas para su destino y las miradas de complicidad entre ambos seguían su juego. Paloma lo analizó de arriba abajo, se invitó mil nombres, sus aficiones y gustos. Intuyó su edad y a qué podía dedicarse. Por la forma de sus brazos supuso que hacía deporte y sus ojos le decían que era una buena persona. Se pensó con él cogida de la mano por el retiro, yendo a comer el mejor sushi de Madrid, conociendo a sus padres y hermanos si tenía. Jugando con su perro si tenía. Estudió su pelo, su piel, su boca e imaginó el tamaño de su miembro tras esos vaqueros tan terriblemente ajustados «¡¡¡Palomaaaaaa por dios!!!»- pensó horrorizada pero a la vez divertida.
«Próxima parada Argüelles»- advirtió la monótona voz del metro, aunque esta vez hasta ella parecía conocer el deseo de Paloma. Los dos se levantaron al mismo tiempo y en un intento torpe de llegar a la puerta para salir del vagón, Paloma se armó de valor, se ancló en sus tacones de talla XL y se giró hacia él.
«¿Tienes Facebook?»-fue lo más estúpido que acertó a decir. «No tengo Facebook»-dijo el muchacho con la desilusión de un niño que no recibe lo que quiere por el día de reyes. «Pero tengo twitter»-contestó él rápidamente. «Yo no tengo Twitter»-replicó Paloma con las mejillas más rojas que los tomates de la finca de su tío Ernesto. Y sin más, con cara descompuesta y tacones de flan, Paloma se bajó del vagón dirección al trabajo.
«Ya me podría haber pedido mi whastApp»- pensó desconsolada.
me encantan tus textos cariño!!! con tanta verdad por dentro… sigue así y no cambies nunca. ERES GENIAL
¡¡Muchas gracias preciosa!! tú si que eres genial y gracias por leerme. Un besazo!
jajaja estas cosas siempre pasas 😀
Pasan*
Jajaja genial el final.
Enhorabuena por tu página. Me han entrado ganas de retomar las historias que tengo por terminar/empezar… 😉
Que descubrimiento tan inesperado. Todavia es que ni me lo creo, que aquella compañera de carreras por trail, que tan atenta es siempre conmigo y con tod@s, fuera la AUTORA de este blog que tantas verdades dice. Te felicito y te animo a que sigas asi, como eres, sincera.
Por descontado que ya tienes un seguidor mas. SALUDOS
La pobre paloma voló tan alto en su imaginación que no le dejo nada a su boca para decir ..jajaja.. Muy buena historia, a todos nos pasa en esta vida.. Saludos
Muchas gracias Mandy 🙂
Un fuerte abrazo.