Con un café sin terminar,
cerró para siempre las puertas de su corazón.
Inmortal quedó su sonrisa de marfil,
en aquel recuerdo amargo de febrero.
Sus canas invadieron el silencio de aquella habitación.
Cuando aún el eco de su respiración sonaba a vida.
Dibujaba trazos de esperanza cada lunes,
siendo el miércoles el final de su lucha.
Atrás dejó una batalla heroica,
pintando la estrella más brillante del firmamento.
Las nubes jugaron a sonreír,
y el sol escondió sus rayos en la luna.
El mar sostuvo su último aliento,
en aquella barca de madera rota.
Recuerdo las tardes a su lado.
Su piel mayor envuelta entre mis dedos.
Las ganas de vivir que escondían sus pestañas,
y el reloj que nunca pasaba las horas para él.
Recuerdo sus fuertes brazos sujetándome hacia el cielo.
Y su más sincera sonrisa cada vez que su nieta salía del colegio.
Recuerdo el aire,
el chocolate,
las naranjas
y su buen humor.
Recuerdo la abundante sal en sus comidas,
su barriga prominente,
los abrazos a mi abuela
y su gran amor por sus hijos.
Devoción por cada nieto
resultando imposible no quererlo.
La preocupación en sus ojos
y la mirada ya vacía antes de que se fuera.
Recuerdo su alma
que ahora está conmigo.
O al menos eso quiero yo.
Como un trocito de océano,
desapareció entre las olas.
Jugando al escondite con las gaviotas
y golpeando en brisa su sonrisa sobre mis mejillas.

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