Ya es la hora.
Me lo debo.
Es hora de partir, de vaciar la maleta de lo que ya no sirve y de quitarle el polvo al libro de los sueños a medio escribir.
Ya es hora de pensar en el reflejo que me devuelve cada mañana el espejo del baño, y el del salón. Ya es hora de dejar de hacerlo por el tuyo. Por ese que ya no me devuelve ni los buenos días cuando te pienso.
Me lo debo.
Es hora de despegar las alas, de hacer mío lo que hiciste tuyo y de deshacerme de todas esas palabras y gestos dañinos que una vez partieron todos los huesos de mi cadera. Y de mi alma. No imaginas lo que dolió verte partir y ver que aún estando a mi lado, tú ya no eras el mismo. Al menos no la luz que hizo un día mi camino, el camino más bonito del mundo.
Es hora de mandarlos a todos a la mierda y de guardar los abrazos de los que de verdad importan. Fuera las amigas de plastilina y los amigos de bares. Me quedo con los que aún siguen ahí cuando ya no queda cerveza en la nevera. Cumplidos, «tenemos que vernos», «mañana te llamo», como si acaso las relaciones se viesen forzadas a sacar un tiempo que no tenemos. Que no queremos tener. Que asfixia nuestra agenda y nuestros quehaceres en pretextos disfrazados de sonrisas forzadas; manías; feas. Porque cuando algo no nos gusta se nos arruga la cara. Y el corazón. Y yo ya me cansé de vivir con una pasa que late dentro de mi pecho.
Es hora de poner firme mis preferencias y hacer mías mis prioridades sin sentirme culpable. Es hora de desdoblar los vértices de todos aquellos y aquellas que pusieron negativas zancadillas a mis pasos y es hora, de dejarte ir.
Porque aún tu recuerdo me mata.

Me huele a invierno y me sabe a una soledad que se acostumbró a hacerme compañía y es con ella con la única con la que me siento yo. La única con la que me siento llena de ganas de seguir recordándote y de seguir amándote en silencio: sobre estas líneas negras que dibujan un deseo decorando un papel en blanco que una vez, estuvo dibujado de un lugar mágico. Lleno de risas, de horas infinitas que no conocían el aburrimiento. Ni el fracaso. Solo la supremacía de unos besos que juraron amarse por siempre. Y aunque ellos sigan ahí besándose, nosotros hace tiempo que nos perdimos. Tú en el norte y yo en el sur y quizás en algún oeste lejano volvamos a encontrarnos como dos jinetes fugitivos en una marcha que las suaves nubes del este, abrazan hoy el mar y las olas de tus pestañas. Y de mis manos huérfanas y mi sonrisa hueca.

Me lo debo.
Me debo el valor que no me di.
Me debo la tregua y me debo los besos.
Me debo la calma y el perdón.
Me debo desquitarme todo el peso de la culpa y la atención que casi me consume por los demás. ¿Quién está ahí cuando yo lo necesito? Nadie. Ni siquiera yo.
Me debo ser egoísta por una vez y no sentirme mal por ello.
Me debo decir NO las veces que me de la gana y me debo todos los «SÍES» que me fueron arrebatando por el camino.
Me debo creer que YO TAMBIÉN PUEDO y me debo el creerme merecedora de que las cosas bonitas también le pueden pasar a alguien como yo.
Me debo ese baile, esa copa de vino y esa siesta hasta las tantas.
Me debo ese vestido, correr sin reloj y faltar un lunes al trabajo.
Me debo la vuelta al mundo, decirte a la cara que no te soporto y bajarme en esta estación.
Me debo la vida que no me he permitido de aquí para atrás y me debo la seguridad que alguien melló en lo más profundo de mi conciencia.
Me debo pensar en mí y no pensar.
Me debo entender la vida simple…sin más.
Me debo el desnudo de todos esos temores que a veces me imposibilitan dar un paso al frente. Y a un lado.
Me debo saltarme la dieta, reír más y preocuparme menos.
Porque al fin y al cabo qué importa de esta estúpida vida. Quizás solo importa un respirar honesto, sincero, sencillo, bonito. Un seseo ávido que te recuerde que estás aquí para ser feliz.
Es hora de irse.
Es hora de irme.
Es hora de encontrarte.
Es hora de encontrarme.
Me lo debes.
ME LO DEBO.

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