Son muchas las personas que a lo largo de nuestra vida marcan nuestra historia.
Unos vienen a comenzarlas, otros extienden verbos infinitos en fórmulas imposibles de amar. Otras, ponen punto y seguido donde nosotros pusimos un punto final inquebrantable. Otras son amables en sus gestos y nos ayudan a seguir hacia delante. Otras personas tildan en mayúsculas nuestros miedos y los hacen desaparecer. Incondicionales, volátiles, perennes, caducos, besos maníos, besos que se quedan a jugar con nosotros más tiempo de la cuenta y besos que nos recuerdan por qué hacemos lo que hacemos. Amistades que exaltan los párrafos más insignificantes de nuestro libro y personas, que aun no estando a nuestro lado son capaces de permanecer por siempre en nuestro sofá de porcelana.
Y es que lo importante de las personas, son las personas.
Seres individuales que vienen a hacernos la vida más fácil, o a jodérnosla un rato. Pero personas al fin y al cabo de que alguna manera llegan a nuestras vidas a enseñarnos algo. Podemos ser más ávidos o más torpes y ahí está el manual en blanco de cada uno de nosotros, donde la intuición, nuestras múltiples caídas y nuestras ganas, escribirán cómo hacerlo y cómo no la próxima vez.
Somos personas que necesitamos de personas.
La vida no sería vida sin un poder compartir. Nos necesitamos más de lo que pensamos y aunque eso del amor propio está muy bien, a veces el egocentrismo roza las pestañas de quienes se creen mejor que otros. Mejor que otras. Necesito de tu ayuda y tú de la mía y aunque separados somos fuertes, juntos lo somos más. Y un equipo siempre fue más que una unidad excéntrica de cualquier forma de gozo, dolor o felicidad. Sé humilde y presta tus manos a quién no puede caminar. Deja que tus ojos sean la ventana del mundo de otros. Sé amable con la vida, con el aire que respiras, con ese árbol que te da los buenos días y con el animal que no ha nacido para satisfacer tus necesidades. ¿Y las suyas?
Somos iguales. Nos separa un nombre, un apellido, un color de piel y una estúpida cuenta bancaria. Nos separa un trabajo, un coche, una lista incalculable de cosas absurdas materiales que no necesitamos para nada. Pero nos une algo infinitamente más importante que todo eso. Nos une la historia. La historia de cómo las personas somos personas. De cómo las personas quieren a otras personas. De cómo el amor traspasó montañas y aun haciéndolas más grandes las hizo invencibles. Nos une la historia de querer ser felices, de encontrarnos, de evitar el dolor y nos une la historia de la supervivencia. Somos marionetas de un sistema que nos ha engañado. Que nos enseñó a ser superhéroes sin tan siquiera ser valientes. Somos marionetas de un sistema que nos dijo que llegar primero era mejor que hacerlo el último y nos perdimos tantos detalles por el camino. ¡Y qué más da!
No tengas prisa por llegar.
No tengas prisa por vivir.
Que esto se acabará algún día, y ya no habrá lamento que levante tu corazón del suelo y le vuelva a poner pies a tu alma.
No dejes que pase un día sin que ayudes a alguien. No hay nada más bonito que eso. Ser capaz de traspasar la piel de una persona que ni siquiera conoces. Ayudarla a ser mejor, a crecer, a que confíe en sus ganas y en sus alas. Y también deja que te ayuden y sé honesto y honesta con los abrazos que te dejan el cuerpo lleno de agujetas. Pierde todo el tiempo que quieras en lo que te de la gana. Nadie sabe de tus lágrimas. Nadie sabe de tu dolor y aunque los consejos de librillo están muy bien, cada uno aguanta su inquebrantable dolor en sus huesos de plastilina. Pero es sí. Jamás creas que tú no mereces ser feliz ni te conformes con unas migajas de condescendencia. Aquí nadie debe perdonarte la vida.
Hay personas y personas.
Personas al fin y al cabo.
Tu historia y la mía sabe de cientos y miles de ellas. De todos esos capítulos que empezaron con un “para siempre” y terminaron sin un adiós. Capítulos que escribieron en tinta permanente y que de vez en cuando ojeas echando la vista atrás para saborear esos momentos que te hicieron tan jodidamente feliz. Personas que con sus faltas de ortografía escribieron la canción más bonita del mundo y que hicieron de tu torpeza la sonrisa más infinita del cielo. Personas que hicieron mágicas tus páginas en blanco y personas que aun sin saber el sonido de su voz, son capaces de alegrarte la mañana con una simple mirada de buenos días.
Tan importante es tu dolor como el suyo.
Tan importante son tus ganas de comer como las suyas.
Tan importante eres tú como él, como ella, como yo, y como todos nosotros.
Tan importante es nada en absoluto.
Empatiza con el aire que respiras. Por si no te habías dado cuenta es el mismo aire que cuando tú lo exhalas yo lo inhalo. Empatiza con mi mal humor y con el derecho a que yo también, puedo estar triste. Mimetiza tu ansiedad de triunfo con las ganas de salir corriendo de alguien que jamás se ha mojado los pies en el Mediterráneo. Sé solidario y solidaria con todo lo que te rodea y con cualquier persona que se cruce por tu camino. La compasión empieza en uno mismo y avanza de persona a persona sin detenerse. Haz que tu paso por esta vida merezca la pena. Haz que tu pequeño mundo sea mejor y haz de tu persona, una persona de esas a las que todo el mundo quiera tener a su lado.
Porque como ya sabes, hay personas que vienen a tu vida a quedarse un ratito y otras lo hacen para siempre. Personas que conoces y piensas “¡Joder ojalá que nunca te vayas de mi lado!”. Personas que son parte de ti sin saber por qué y personas que amas profundamente con la mayor sinceridad que el sol puede querer a la luna.
Nunca te vayas de mi lado, y si lo haces…
llévame contigo.