Destapaste el último aliento del sol que calentaba mi espalda. Mitigaste en mil pedazos la única razón por la que aún, estaba a tu lado. A pesar de la distancia de nuestros abrazos. Quisiste quererme y en el intento torpe de amarme, olvidaste lo más importante. Hacerlo.
Supiste que tú para mí siempre eras lo primero. Y que a pesar de yo ser la segunda de la clase, eso no importó para caminar de puntillas de manera incondicional y soñarte en cada luna.
Duele que ya no estés.
Duele que aún sigas siendo.
Duele el verbo inconexo que dejaste huérfano en mi alma.
Mi piel advierte tu ausencia en cada cumpleaños y aunque ya no quede nada de aquella historia, en la eternidad perenne de nuestros besos aún retumban nuestros “te quieros”.
Porque hemos amado.
Y este, es el precio que pagamos los que amamos.
Los viajes sin billete de vuelta. La renuncia impuesta de la magia de las primeras veces. El lado frío de la cama y el asiento vacío que ocupaban nuestros mimos. Los bancos vacíos de los atardeceres a los que les dimos la vuelta, haciéndolos estrellas. La huella de promesas que calzaron grandes en abrigos de algodón. Verte con ella. Verte con él. Verte sin mí. Y aunque una foto lo aguanta todo, realmente lo nuestro era mejor.
Porque hemos amado, te sigo amando.
Porque la presencia de tu verdad hizo magia con mi boca y el silencio supo en ese justo instante, que tocaba no decir nada.
Me perdí en un huracán de dolor.
Perdí mi magia.
Mis letras.
Mi alma.
Acallé mi habla.
Tu recuerdo y el mío con el nuestro.
Sucumbí al más profundo infierno, hasta que entendí que amarte, fue mi salvación.
Porque hemos amado, duele.
Porque hemos amado, te amo.
Porque hemos amado, será eterno.